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lunes, 24 de octubre de 2011

HACIA LA LIBERACIÓN

No nacemos libres, aunque las leyes democráticas optimistamente lo afirmen. Nacemos inermes biológica, psicológica y socialmente. Al ir creciendo, llegamos un momento de nuestra madurez, en que hemos de optar entre la libertad o la sumisión, si de verdad queremos llegar a ser personas plenamente. Una persona cabal es aquella que ha elegido llegar a ser libre y luchar por su liberación.


La figura más representativa de la negación de la libertad es la de un preso, encerrado tras los barrotes de una celda. Quien de verdad quiere ser libre, tiene que empezar por reconocer que está encerrado en una prisión tras unos muros. Y esos muros son de dos clases, unos externos y otros internos. Hay quienes tan confortablemente están instalados en su prisión, que ni siquiera advierten la existencia de esos muros que coartan no sólo su libertad, sino su capacidad de optar por ella.


Muros externos son:


1º. La pobreza impuesta, con todas sus consecuencias: la malnutrición, la dificultad o la imposibilidad de acceder a agua potable, las enfermedades, la privación de enseñanza...


2º. Las crecientes desigualdades en el acceso a la riqueza, a la información y al poder que se da tanto en Norte como en el Sur.


3º. La falta de libertades civiles y políticas.


4º. La carencia de una vivienda digna.


5º. La ausencia de un empleo estable y digno.


6º. Las discriminaciones por cualquier motivación.


7º.El neoliberalismo capitalista.


8º. La ausencia de medios informativos independientes del poder económico.


10º. La subordinación incluso en los países de democracia formal, del poder político a los intereses de los lobbies económicos.


Y muros internos:


1º. El miedo a los poderosos.


2º. El miedo al futuro.


3º. La falta de seguridad personal y colectiva.


4º. La carencia de un pensamiento crítico.


5º.La aceptación del individualismo insolidario como único horizonte de vida.


7º. El miedo al diferente: social, étnico, ideológico o religioso.


8º. Escapar de la percepción de la realidad a través de las adicciones que el sistema pone a nuestra disposición...


En una cárcel hay reglas y carceleros. Si intentas evadirte, sentirás el peso del la coacción. Unas veces, a través de los propios compañeros de prisión que te tacharán de loco o incluso ayudarán a los carceleros en su función represiva. Quien intenta liberarse remueve la tranquilidad de los sometidos de buen grado.


Sabemos, y la historia está llena de grandes fracasos, que muchos intentos de fuga acaban mal y la situación subsiguiente puede llegar a ser peor que la anterior. Y lo más grave es que en ocasiones, ha habido fugados que han logrado evadirse para sustituir o hacerse cómplices de los antiguos carceleros y hacer más opresiva la condiciones de los encadenados.


La liberación auténtica exige reconocer los muros que aherrojan nuestra libertad. No sólo los externos, sino, para empezar los internos, los que tenemos interiorizados. Romper esos muros nos llevará a conquistar nuestra libertad interior. Sólo personas libres pueden realmente iniciar el derribo de un sistema opresor, de esos muros exteriores que mutilan la personalidad de la mayoría del género humano. Y cuando uno empieza a conquistar esa libertad interior, su vida cambiará. Descubrirá qué actitudes suyas, qué conductas sirven a los intereses de los carceleros y podrá empezar a rebelarse.


En estos principios del siglo XXI una rebelión liberadora ha de basarse en la no-violencia. El atajo de la agresividad no es tal atajo, aunque pudiera parecerlo en principio. Refuerza el poder de los privilegiados que emplearán el temor al terrorismo para anular aún más las libertades. Y la masa que tiene miedo a despertar, pedirá más controles y mano dura, porque tienen pavor a perder las migajas que caen de la mesa de los privilegiados. Es curiosa la conexión, no tan invisible como ellos quisieran, establecida entre los poderosos y los radicales antisistema. Unos y otros se necesitan mutuamente para prolongar su poder.


Soñar con la libertad y la justicia es una utopía, pero es precisamente el luchar por ella, lo único que nos convierte en personas auténticas. Liberarse de los muros, derribarlos, cambiar la sociedad es una exigencia moral. Rendirse, esperar lentamente a que el ansia acaparadora de unos pocos acabe cargándose la posibilidad de vida de nuestra especie en el planeta sería suicida. Derribar esta prisión global es el imperativo ético que nos obliga. Mientras haya un sólo esclavo en la tierra, no podremos ser libres.


Pedro Zabala


lunes, 17 de octubre de 2011

JACK LONDON: UN SOCIALISTA ATÍPICO


Muchos conocen al escritor norteamericano Jack London por sus novelas de viajes y aventuras como “Colmillo Blanco”, “Lobo de Mar” o “La Llamada de las Tierras Vírgenes” así como por su novela autobiográfica “Martin Eden”, pero muy pocos conocen su faceta de periodista, de estudioso de la sociología de su tiempo y de publicista socialista.


Jack London nació en San Francisco (California) en 1876 y tras numerosos viajes por el mundo como marinero enrolado en distintos buques mercantes se convirtió en 1893, cuando tan solo contaba diecisiete años de edad, en un socialista militante al ver las condiciones laborales y sociales a las que eran sometidos los trabajadores de la ciudad de Oakland, participando en la gran protesta del mundo del trabajo en reivindicación de mejoras sociales que fue la marcha a Washington en 1894.


El socialismo de Jack London es difícil de encuadrar, pues aunque llegó a afiliarse al partido socialista norteamericano y aceptaba, al menos como presupuesto intelectual, la teoría de la lucha de clases nunca llegó a ser un socialista científico por lo que sus ensayos sociales se encuentran bastante alejados del marxismo doctrinario. Así pues, el socialismo de London parece decantarse más bien hacia el primer socialismo utópico no estando exenta su exposición de los problemas sociales y de las posibles soluciones a los mismos de cierta impregnación cristiana.



Las obras en las que Jack London pretendía difundir los ideales socialistas son numerosas aunque traducidas al castellano solo encontramos dos “El Pueblo del Abismo” (editorial Valdemar) y “El Talón de Hierro” (editorial Hiru). En la primera de ellas, London describe la forma de vida que tienen los trabajadores que se encuentran en desempleo y prácticamente condenados a vivir en la calle como vagabundos criticando la hipocresía de las distintas entidades de beneficencia que antes de proporcionarles un plato de sopa caliente, les obligan a asistir puntualmente a oficios religiosos, al tiempo que si, en un plazo realmente breve, no han encontrado un empleo se verán privados de la ayuda benéfica con lo que los trabajadores desempleados se encuentran en una rueda sin fin consistente en que si para tomar una comida caliente al día tienen que ir a los oficios religiosos no pueden por tanto buscar algún trabajo y si con el tiempo no encuentran algún trabajo perderán el derecho a percibir un plato de sopa caliente. En “El Pueblo del Abismo” Jack London se muestra, aunque ni lo diga ni lo reconozca, como un extraño socialista pesimista muy alejado de la retórica socialista que prometía “la redención del pueblo trabajador” y un “paraíso proletario”.


Si bien es común en todos los socialistas científicos, empezando por el propio Karl Marx, un férreo optimismo y una inquebrantable fe en el triunfo de las masas trabajadoras, llegando a preconizar la destrucción total del capitalismo tal característica no se da en las obras socialistas de London, o al menos en las traducidas al español, porque entre las líneas de “El Pueblo del Abismo” se llega a poner en duda que los trabajadores puedan elevarse de tan paupérrima situación socioeconómica como las que quedan descritas en esta obra.


Por otra parte, en su novela “El Talón de Hierro”, publicada en 1908, London, además de profetizar la próxima guerra entre Estados Unidos y Alemania, que estallaría en verdad en 1917; augura, que tras la progresiva concentración de las riquezas en pocas manos por medio de “monopolios” y “trust”, el capitalismo triunfará totalmente imponiéndose sobre todas las pretensiones y demandas sociales de los trabajadores llegando a crear una tiranía mundial que se mantendrá en el poder gracias a la fuerza que le proporcionarán enormes plantillas de esbirros armados y a la división de los trabajadores en distintas castas, según presten sus servicios en sectores más o menos importantes de la economía, cuyos miembros gozaran de privilegios diversos que les alejaran de cualquier gesto de solidaridad con lo más bajo del escalafón social y que, en “El Talón de Hierro”, Jack London volverá a denominar como el “Pueblo del Abismo”.


La atipicidad del socialismo de Jack London se explica porque su ideario socialista tiene su origen en el corazón así como en sus experiencias vitales y no en la teoría intelectual, lo que le hace alejarse del socialismo marxista para estar más cerca, tal vez, de las constantes reivindicaciones de justicia social de un Chesterton que de la radicalidad de los revolucionarios bolcheviques.


martes, 11 de octubre de 2011

PRIVATIZAR SIN PRIVATIZAR ¿COMO SE VA A HACER?

Está en el ambiente y se respira en el aire siendo motivo de innumerables protestas ciudadanas principalmente en Barcelona y Madrid. No se trata de la contaminación o tal vez sí, pero desde luego no de la contaminación atmosférica sino de otro tipo. Nos referimos a las probables, más que posibles, privatizaciones de servicios públicos como la educación o la sanidad que pueden tener lugar en la próxima legislatura como consecuencia de la crisis económica.


En realidad las privatizaciones han estado presentes en la política y en la economía española desde que empezaron a venderse las primeras empresas públicas a mediados de la década de los ochenta del pasado siglo con motivo de la mal llamada “Reconversión Industrial” que más debería haberse llamado “Desindustrialización Programada”, aunque jamás fueron objeto de las mismas servicios públicos fundamentales con los que la ciudadanía tenía relación directa.


Los ciudadanos hoy están protestando, con justicia y con razón, contra las privatizaciones, pero con la ingenua creencia en que, si no son atendidas sus reivindicaciones, llegará un día en que los gobernantes venderán directamente las instalaciones educativas y sanitarias con todos los materiales y mobiliario existente en su interior a unas empresas privadas que a partir de ese momento se harán cargo del abono de emolumentos al personal docente y sanitario y gestionaran la educación y la sanidad con criterios puramente empresariales y con plena obediencia a las leyes del mercado.


No obstante, tal cosa no solo no sucederá así, sino que además la privatización de la educación y de la sanidad llegará ante la indiferencia de los ciudadanos cuando no atendiendo a una clamorosa exigencia de los mismos y ello porque previamente habrá un proceso de transición, que ya ha comenzado hace unos años, en el que no se ahorraran esfuerzos para modificar la opinión ciudadana sobre los servicios públicos.


Si la privatización de la educación y de la sanidad tuviera lugar en la forma como cree la opinión pública, las instituciones políticas tendrían un grave problema pues el personal funcionario de tales servicios no podría ser reubicado en su totalidad ni en el sector público ni en el sector privado generándose un importante número de nuevos parados que no aliviarían precisamente el gasto público sino que simplemente modificarían el concepto de dicho gasto que pasaría de los presupuestos de educación o sanidad al de prestaciones por desempleo. Por otra parte, la privatización de tales servicios solo puede ser lenta y progresiva pues con una privatización rápida se podría correr el riesgo de colapsar totalmente el servicio.


Así pues, las privatizaciones que se avecinan se harán encubiertamente y con paso firme y pausado hasta que llegue un día en que toda la población o, al menos una inmensa mayoría de ella, se encuentre siendo asistida por la sanidad o la educación privada sin que se percate de ello.


El método de privatizar sin privatizar (o al menos sin qué se note) consiste, en primer lugar en lanzar “globos sonda” que son recogidos por la prensa y demás medios de comunicación en los que se cuestiona la gestión pública del servicio en cuestión, ello genera un debate en la sociedad que nadie se había planteado anteriormente en el que un sector, aunque sea muy minoritario, argumentara a favor de la privatización. Posteriormente y con cualquier excusa, aunque generalmente será con la de mejorar la prestación, se externalizarán determinadas funciones, como por ejemplo el catering de los colegios o la limpieza de los hospitales, para continuar, amparándose en la racionalización de los costes y en el aumento de la productividad, con el endurecimiento de las condiciones laborales de los profesionales del sector. Cuando se haya llegado a este punto, es el momento crítico de la privatización encubierta porque los profesionales protestaran, se movilizaran y de esta forma colaboraran inconscientemente y de buena fe a la tarea privatizadora pues no se escamotearan esfuerzos para criticarlos duramente en los medios de comunicación y en afirmar que sus quejas responden a motivos espurios y egoístas, generándose con todo ello un malestar social hacia estos profesionales primero y después hacia el funcionamiento del propio servicio público que de ellos depende que, unido a deficiencias existentes en el servicio, sean estas inherentes al mismo o mal intencionadamente provocadas; irá incubando en los ciudadanos una creciente desconfianza hacia lo público que hará que surjan las preguntas del tipo ¿Estaré bien tratado si voy a un hospital público? ¿Los profesores de un colegio público se preocupan realmente por sus alumnos, mis hijos?.


La quiebra de la confianza en los servicios públicos llevará a los ciudadanos a que progresivamente y de una forma creciente vayan suscribiendo “seguros privados de salud” (que son ofrecidos por bancos y empresas a precios realmente no excesivos) que les aseguren una mínima asistencia médica en caso de enfermedad o a matricular a sus hijos en colegios privados y/o concertados, lo que a su vez conllevará un adelgazamiento en las prestaciones sanitarias y educativas públicas que al final quedarán reducidas poco menos que a aquellos que sean “pobres de solemnidad” y poco menos que serán consideradas como prestaciones de beneficencia, todo ello con la consiguiente reducción progresiva en las plantillas laborales a base de la congelación de ofertas de empleo público, despido de interinos e, incluso, prejubilaciones.


Llegado el momento en que la mayoría de la población haya derivado, de forma voluntaria y ante su desconfianza, al sector privado ella misma reclamará que se privatice lo que quede de la sanidad y de la educación pues ello supondrá, al menos teóricamente, una disminución en la presión fiscal y así dejará las manos libres a las instituciones políticas para que puedan enajenar los establecimientos sanitarios y educativos absorbiéndose por la empresa privada o la propia administración un personal laboral numéricamente reducido.


Este y no otro será el método a seguir en el proceso privatizador por lo que los ciudadanos y trabajadores del sector público han de estar atentos para que en los primeros no surja la desconfianza en las prestaciones de los servicios públicos y en los segundos no se caiga en la provocación que les llevará a colaborar inconscientemente con las privatizaciones.


martes, 4 de octubre de 2011

“FOUCHÉ” de STEFAN ZWEIG

Con el subtítulo de “Retrato de un Hombre Político”, la editorial Acantilado ha tenido a bien editar nuevamente esta biografía escrita por el novelista y biógrafo austriaco Stefan Zweig y que tiene por protagonista a Joseph Fouché, personaje fundamental del drama de la Francia revolucionaria a la que sobrevive para resplandecer en el primer imperio napoleónico y eclipsarse tras sumarse a la triunfante restauración borbónica.


A diferencia de otras biografías, el “Fouché” de Zweig no solo pretende relatar la vida y obra del personaje biografiado sino penetrar en su psicología no pudiéndose menos que alabar al autor por la elección de este personaje ya que es un superviviente de todos los cataclismos políticos de su época de cada uno de los cuales supo sacar provecho.


Lo que hace interesante la vida de Fouche y lo que magistralmente pone de manifiesto la obra que reseñamos es su gran capacidad de adaptación a cada momento histórico concreto gracias a lo que Zweig denomina “el carácter de Fouché o, mejor dicho, su falta de carácter”.


Joseph Fouche nació en el seno de una familia humilde y, ante las escasas posibilidades de progresar en la vida, decidió ingresar en un seminario donde cursó estudios de teología y se ordenó como sacerdote pasando posteriormente a ganarse la vida como profesor de latín. Tras la toma de la Bastilla en 1789, entra como diputado en la Asamblea Nacional donde, a pesar de militar entre los girondinos no deja de ser un oscuro diputado sin criterio alguno hasta tal extremo de que la noche anterior a que la Asamblea decidiera sobre la ejecución de Luis XVI se dedicó a buscar apoyos para conseguir la clemencia hacia el rey asegurando a su partido que, sin ningún género de duda, él votaría en contra de la aplicación de la pena de muerte; no obstante, en el mismo momento en que se está produciendo la votación, calculando rápidamente y según se va produciendo la misma, no duda en pasarse de bando y votar a favor de la muerte de Luis XVI al observar que los partidarios de la clemencia son minoría pasándose en ese mismo instante a las filas de los Jacobinos.


Militando ya en el partido Jacobino es recompensado con el puesto de representante de la Convención en la ciudad de Lyon donde lleva una radical política de descristianización e implantación del terror llegando a conocérsele en la ciudad como “el ametrallador de Lyon”. De regreso a Paris y enfrentándose a Robespierre, consigue hacerse con la presidencia del “Club de los Jacobinos” participando activamente en el golpe de estado que llevará a Robespierre a la guillotina cuando éste cree haberle dado un golpe mortal al desplazarle de la presidencia del partido Jacobino.


Tras instaurarse el Directorio, Fouché ayuda a Barras a desmantelar la conspiración de los iguales planeada por Babeuf tras lo cual empieza a desempeñar distintas misiones diplomáticas hasta que Napoleón, una vez en el poder tras el golpe de estado del 18 de Brumario, le nombra “Ministro de Policía”, cargo éste desde el cual empezará a recabar información de toda persona y partido a fin de servir a su único señor y a su única causa: la de él mismo. Finalmente, en 1814 convertido en Duque de Otranto por un generoso Napoleón y con un Imperio que se desmorona no duda ni un instante en pasarse a las victoriosas filas borbónicas para mantener su status político y social.


En el “Fouché” de Stefan Zweig aparecen todos estos acontecimientos de la vida de este personaje presentándose siempre por el autor no como manifestaciones de cambiantes necesidades políticas sino como acciones propias del carácter o psicología del biografiado que se convierte, tal y como reza el subtítulo de la obra, en el perfecto retrato de un hombre político, superando con sus prácticas las ideas expuestas por Maquiavelo en “El Príncipe” y permitiendo reconocer perfectamente al lector que desee disfrutar de la amena lectura de esta obra de Zweig la personalidad de cualquier político contemporáneo porque Joseph Fouché fue un personaje ambicioso que aprovecho el acontecimiento fundamental del Siglo XVIII que fue la Revolución Francesa para encumbrarse y, simulando servir lealmente y según el momento a cualquier bandera, demostrar que no servía a ninguna salvo a la de su propia ambición.


La lectura de “Fouché” de Stefan Zweig, es altamente recomendable máxime en estos tiempos preelectorales donde un astuto lector podrá distraerse comparando actitudes, semejanzas, modos y maneras con alguna que otra estrella emergente del actual panorama político español.


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