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lunes, 14 de septiembre de 2015

LA TIRANÍA DEL MERCADO



      
Si algo define esencialmente al neoliberalismo es el dogma absoluto del mercado como definidor de la economía. A ese dogma se sacrifica todo y se intenta mercantilizar toda la vida social, destruyendo los escasos espacios de convivencia comunitaria que todavía sobreviven después de algunos siglos de predominio del capitalismo. La sustitución en algunos países del individualismo capitalista por fórmulas de capitalismo de estado, que ingenuamente llamaban socialismo real, ahogadores también de la espontaneidad social, acabó en un estrepitoso fracaso, del cual se ha aprovechado, al quedarse sin enemigos, esta fórmula salvaje de capitalismo que es el neoliberalismo.

       La Unión Europea, esa alianza de mercaderes que con la sombra del paraguas de la Ilustración modernista con la proclamación de los Derechos Humanos, se ha convertido en simple unión monetaria, es una guardiana feroz de la tiranía del mercado. Todas sus directivas y consignas van en esa dirección. La ley de la oferta y de la demanda con olvido de la posición de la parte que ofrece y de la que demanda, sea desigual o no, debe salvaguardarse en todo caso, aunque a la postre el pez grande se coma al chico; pues eso es lo que se busca, al fin y al cabo. Ejemplo de esta política lo tenemos en sucesos recientes.

       En el conflicto de la leche, en el que los ganaderos se ven obligados por las grandes industrias transformadoras y distribuidoras a vender la producción de sus vacas por debajo de su costo, prohíbe tajantemente que se imponga un precio mínimo a pagar por aquellas. La función de las instituciones políticas de proteger a la parte más débil queda impedida. En todo caso, se arbitran medias provisionales vía subvenciones. Por lo que se defiende a rajatabla es que sean los acuerdos entre las partes los que fijen definitivamente los precios: pura tiranía del mercado.  

       En otros productos agrícolas, de los cuales el vino es el más destacado, para garantizar la calidad de los mismos, se constituyeron Consejos Reguladores, con refrendo legal en diversos Estados. Para velar por esa calidad, los Consejos Reguladores imponen controles en cuanto a la superficie amparada, a la cantidad de producción y a la forma de obtenerlos, con clasificación de los productos así obtenidos. La Unión Europa quiere romper esos controles, ampliando libremente la superficie y desregularizando los rígidos controles con los que se pretendía defender su calidad. ¿Qué le importa la calidad, si se aumenta el beneficio de  grandes empresas, locales o foráneas?.

       La protección de los consumidores no preocupa a los rectores de la Unión. No tienen poderosos lobbies que defiendan sus intereses en sus instituciones, como las grandes empresas. De ahí el escaso interés para que todos los productos lleven en letras bien visibles el país de origen de los mismos, su composición y si contienen productos transgénicos o no. El mismo rigor que se exige para que la agricultura ecológica cumple sus normas, debe aplicarse a la agricultura convencional, con su empleo de productos fitosanitarios y plaguicidas que pueden afectar a la salud de los ciudadanos y de los propios agricultores que los utilizan.

       Tampoco descuella la Unión Europea en la protección de las pequeñas empresas que tienen graves dificultades para desenvolverse en este mundo globalizado en contra suya y que sirve para incrementar el poder de las grandes empresas, cuyo dominio del mercado se agigante día a día con sus fusiones y absorciones.
      
La falta en el marco de la Unión Europea de un salario mínimo común y de unas prestaciones sociales mínimas para todos los ciudadanos de la Unión, demuestra que tampoco los trabajadores están en su Agenda, sino servir al gran capital, con la aplicación inflexible del dogma de la tiranía el mercado.

       El remate final de esta lógica sería el proyectado Tratado entre  USA y la Unión Europea que, en nombre de la libre de comercio, permitiría a todas empresas saltarse a la torera las normas proteccionistas en materia laboral, servicios públicos  y de garantías sanitarias. El secreto con que está negociando y la presión de los grandes lobbies hacen temer el desmantelamiento de los Derechos Humanos que parecían ser la esencia europea.

       La llegada de los refugiados que huyen de la guerra y la respuesta generosa de algunos líderes europeos, frente a la cerrazón de otros, está en línea de una solidaridad que no encaja en la tiranía del mercado. También muchos ciudadanos de a pié e instituciones no gubernamentales se han concienciado de la magnitud de esta tragedia y parece que una ola de compasión recorre la vieja Europa.

       Hay que aprovecharla a nivel público.  Ya que se nos está birlando a la opinión ciudadanos europea el derecho a una información veraz y total de asuntos graves que nos afectan a las actuales y futuras generaciones. ¿No ha llegado la hora crucial de agruparse desde la bases, y resistir estos ataques constantes a la justicia y la libertad?. Frente la tiranía del mercado, ¿no hay que poner a las personas concretas?.

Pedro Zabala

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